El Descubrimiento Accidental que Salvó Millones: La Historia de Fleming y el Poder Oculto de los Hongos

¿Alguna vez te has enfermado y el médico te ha recetado antibióticos? Esos pequeños compuestos que, como soldados microscópicos, detienen el avance de las bacterias o las eliminan por completo. Hoy son parte de nuestra rutina médica, pero hace apenas un siglo, una simple infección podía ser una sentencia de muerte. ¿Cómo llegamos a tener acceso a este “superpoder” farmacéutico? La respuesta está en un científico escocés, un error de laboratorio y un humilde moho.

El Héroe Inesperado: Alexander Fleming

Alexander Fleming nació en 1881 en Escocia, en una familia de granjeros que jamás imaginó que su hijo cambiaría el curso de la medicina. Siguiendo los pasos de su hermano Thomas, Fleming se mudó a Londres para estudiar medicina. Allí, entre tubos de ensayo y placas de Petri, comenzó una carrera dedicada a entender bacterias, virus y cómo combatirlos.

Pero Fleming no era un científico convencional. Era curioso, desordenado y, como él mismo admitía, propenso a los accidentes. Un día, mientras analizaba cultivos bacterianos, una gota de su secreción nasal cayó en una placa de Petri. Dos semanas después, descubrió que las bacterias en esa zona habían desaparecido. ¿La causa? Una enzima en sus fluidos corporales. No era el hallazgo del siglo, pero era la primera pista de que hasta lo más cotidiano podía esconder secretos letales para los microbios.

Sin embargo, su verdadero momento “eureka” llegó en 1928, no por un experimento meticuloso, sino por un descuido. Fleming olvidó una placa de Petri con bacterias en su laboratorio y se fue de vacaciones. Al regresar, encontró que un moho —del género Penicillium— había crecido, creando un halo libre de bacterias a su alrededor. Ese moho, que muchos hubieran desechado como basura, producía una sustancia que Fleming llamó penicilina.

El Moho que Derrotó a las Bacterias

¿Cómo funciona este “arma” natural? La penicilina ataca las paredes celulares de las bacterias, debilitándolas hasta destruirlas. Pero aquí hay un dato fascinante: los hongos, como el Penicillium, llevan millones de años librando guerras químicas contra las bacterias. La penicilina no fue inventada por el hombre: fue un recurso evolutivo de los hongos para protegerse, y Fleming simplemente lo descubrió.

Y esto nos lleva a un mundo oculto bajo nuestros pies. Los hongos no solo son esos organismos que crecen en el pan viejo o en los bosques húmedos. Forman un reino aparte, más cercano a los animales que a las plantas, y son maestros de la supervivencia. Por ejemplo:

  • El micelio de un hongo en Oregon cubre 9.7 km², siendo el organismo más grande del planeta.
  • Algunos hongos, como el Ophiocordyceps, controlan insectos como marionetas, obligándolos a morir en lugares estratégicos para esparcir sus esporas (sí, como en The Last of Us).
  • Otros brillan en la oscuridad, creando espectáculos de luz en bosques tropicales.

Pero ninguno superó al Penicillium en impacto humano.

De la Casualidad a la Revolución Médica

Fleming sabía que su descubrimiento era importante, pero no tenía los recursos para purificar la penicilina. Fueron los químicos Howard Florey y Ernst Chain quienes, durante la Segunda Guerra Mundial, lograron producirla a escala masiva. Los resultados fueron asombrosos: soldados que antes morían por infecciones en heridas leves ahora sobrevivían. En 1945, los tres recibieron el Nobel de Medicina.

Antes de la penicilina, una neumonía, una cortada infectada o incluso un parto podían ser mortales. Se estima que este antibiótico ha salvado entre 100 y 200 millones de vidas. Fleming, sin quererlo, se convirtió en un superhéroe sin capa.

La Paradoja del Éxito: Cuando el Remedio se Vuelve Riesgo

Pero toda gran historia tiene un giro. Fleming advirtió desde el principio: el uso excesivo de antibióticos generaría resistencia. Y así fue. Bacterias como Staphylococcus aureus resistente a la meticilina (MRSA) o cepas de tuberculosis invencibles son hoy una realidad. Incluso la colistina, nuestro “último recurso”, está perdiendo efectividad.

¿La causa? Automedicación, tratamientos incompletos y el uso de antibióticos en ganadería. Cada vez que tomamos uno sin necesidad, damos a las bacterias una oportunidad para mutar. Y aquí no hay superhéroes de repuesto: Fleming murió en 1955, y los nuevos antibióticos son escasos.

El Legado de un Error y el Futuro de los Hongos

La próxima vez que veas moho en una fruta, piensa: ese organismo insignificante podría esconder la próxima revolución médica. Solo conocemos el 5% de las especies de hongos, y ya nos han dado la penicilina, la cefalosporina y antifúngicos vitales. ¿Qué más secretos guardan?

Fleming nos enseñó que la ciencia avanza tanto por planificación como por serendipia. Su historia es un recordatorio: a veces, los errores son puertas a mundos nuevos. Pero también nos obliga a reflexionar. Los antibióticos no son balas mágicas. Son un recurso finito, y su mal uso nos devuelve a la era pre-Fleming, donde una infección simple podría matarnos.

Así que, la próxima vez que quieras tomar un antibiótico “por si acaso”, recuerda: sin responsabilidad, incluso los superhéroes caen.

¿Y tú? ¿Crees que la próxima gran cura vendrá de otro error genial? Cuéntame en los comentarios.

Ingeniero civil de profesión, pero amante de la naturaleza y la buena comida. Desde niño me ha emocionado observar las plantas, animales y hongos. Me encanta aprender nuevas cosas sobre el mundo que nos rodea, por lo que he decidido compartir mis observaciones y conocimientos a través de este medio.

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